Vivir y morir con autonomía

Vivir y morir con autonomía

Cuando llegamos previsiblemente al final de nuestra vida, al encarar la tercera edad, una vez jubilados, sentimos como nunca la soledad del existir

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La alegría del vivir y la alegría del morir. La suerte de formar parte del universo en el siglo XXI no deja de ser un aliciente para valorar la vida que nos ha tocado vivir. Pudimos no ser, pero hemos vivido, entre millones de otras posibilidades. Y cuando llegamos previsiblemente al final de nuestra vida, al encarar la tercera edad, una vez jubilados, sentimos como nunca la soledad del existir.

Incluso quienes estamos satisfechos de nuestra vida, de haberla podido vivir con autonomía psicológica y económica, vivimos la zozobra de la incertidumbre. Ignoramos cómo serán nuestros últimos día. Esa inseguridad, como nubarrón, se cierne sobre nosotros en el carpen diem de nuestro vivir. Pero el morir no nos angustia. Sabemos que es el destino, e independientemente de las diferentes creencias a las que uno adhiere sobre el más allá, lo aceptamos.

Sin embargo nos preocupa la forma como transcurrirán nuestros últimos años, y sobre todo, si caemos la dependencia. La generalización de la ley de garantía de la autonomía personal, vulgarmente llamada de dependencia, intentaba dar respuesta a esa necesidad básica y universal como sucede  con la salud, la educación o las pensiones. Desgraciadamente la crisis económica y la alternancia en el poder, cercenaron su aplicación concreta. Pero constituyó una llamada de atención sobre una problemática, cada vez más urgente, en una sociedad en la que la demografía sigue una curva descendente en los nacimientos y ascendente en el número de personas que acceden a la tercera edad.

Los modelos tradicionales nos resultan obsoletos. Ni podemos cargar sobre nuestros familiares el cuidado de nuestra vejez, ni sabemos si tendremos recursos económicos para poder acudir a una de las actuales residencias privadas

Para hacer frente a esa necesidad, los modelos tradicionales nos resultan obsoletos. Ni podemos cargar sobre nuestros familiares más cercanos el cuidado de nuestra vejez, ni sabemos si tendremos recursos económicos para pagarnos los servicios de personal externo o poder acudir a una de las actuales residencias privadas. Nuestros hijos, si trabajan, se hallan al albur de las ofertas laborales, en cualquier rincón del planeta. Nadie nos garantizan que estarán cerca de nosotros cuando los necesitemos. Y si están cerca, su compleja vida familiar y laboral les hace difícil el cuidarnos. No podemos exigirles comportamientos de antaño, que hoy resultan heroicos. La responsabilidad de adelantarse al problema social de un futuro inmediato, es de los políticos. Todos debemos poner empeño en que ese planteamiento previsor siga adelante: para quienes no tienen recursos, ha de funcionar prioritariamente, la solidaridad nacional; para quienes tenemos recursos, de momento, debe imponerse el criterio de auto organización para llevar a términos programas que hagan posibles esas infraestructuras, al margen incluso del mercado, con el objetivo de organizar nuestros últimos días.

Para ello hace falta llamar a rebato a toda la población. Hemos de ser creativos para adelantarnos a las exigencias de un futuro inmediato. Y nada mejor que apelar a la capacidad creativa y auto organizadora de colectivos, como el universitario, para poner en marcha alternativas  que mejoren las actuales ofertas.

Cumplir hoy en día 65-70 años no significa poner fin a la vida. A veces se confunde la jubilación con la muerte social

Hemos de crear estructuras dinámicas, llenas de vida, de ilusión, de proyectos, acordes con las posibilidades vitales que la vida aún nos reserva. Cumplir hoy en día 65-70 años no significa poner fin a la vida. A veces se confunde la jubilación con la muerte social. Una persona jubilada dispone aún de un promedio de 15 a 20 años de vida saludable, en los que puede seguir prestando servicio a la colectividad. Todo menos aburrirse: despertarse a las 8 h. de la mañana y preguntarse: “ y ahora ¿qué hago yo?”. Pues seguir viviendo y ayudando a vivir a los demás. Elaborar proyectos,  plantearse objetivos cada día es una manera de seguir con vida. Máxime cuando podemos colaborar sin las limitaciones retributivas, trabajando  gratuita y benévolamente. Para ello, hemos de asociarnos, hemos de compartir con otros colegas estas inquietudes, para conjuntamente  seguir alimentando el deseo de vivir. Y,  como ya se está haciendo en el extranjero e incluso entre nosotros, elaborar nuevas  estructuras  más cercanas a la vida colectiva en situación intergeneracional que a las actuales residencias. Ojalá fuéramos capaces de revivir las vivencias familiares de antaño cuando en un espacio cercano convivían tres generaciones : abuelos, padres y nietos. Hoy ese modelo hemos de actualizarlo con las posibilidades de la actual globalización y deslocalización.

A fuer de prácticos, reconozcamos que, de momento, hemos de complementar la acción pública, centrada en atender prioritariamente a las clases con menos recursos. En este sentido, en el Colectivo Universitario Senior (CUS) de Sevilla nos hemos propuesto ir elaborando esa alternativa en cuanto las condiciones económicas lo permitan. Inicialmente como experiencia piloto, franquiciable gratuitamente a otros colectivos.


Silverio Barriga Jiménez es catedrático de Psicología Social y presidente del Colectivo Universitario Sénior (CUS).

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