Decía el poeta español Jaime Gil de Biedma: «la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde». En estos versos se esconde una reflexión vital que Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno de España entre 1982 y 1991, ha sabido descifrar. La mitad de su vida se desarrolló durante la dictadura y la otra mitad, durante la democracia; y, en ambas, ha encontrado momentos felices, porque la felicidad no es más que eso, instantes.
Desde una edad muy temprana, el undécimo de trece hermanos aprendió a leer y escribir, algo que, aún sin saberlo, terminaría siendo su verdadera pasión. Como es común en muchas familias, el miedo a decepcionar a su padre le llevó a estudiar Ingeniería Técnica, a pesar de que su vocación por las letras había despertado tiempo atrás. Por eso, una vez acabó ingeniería, comenzó la carrera de Filosofía y Letras, lo que realmente le llenaba. Su condición de «devorador de libros» –afirma haber leído más de cincuenta veces el Quijote– le acercó al teatro desde muy joven, probando como actor y director en varias compañías, una experiencia que califica de maravillosa: «cuando diriges, eres Dios y creas a los humanos». Interpretó un papel en el que recuerda sentirse identificado con su personaje en la lucha contra la Dictadura de Franco. Fue entonces cuando la impotencia de vivir en un régimen autoritario, en el que no podía representar las obras que deseaba sin ser detenido, lo impulsó a adentrarse en el mundo de la política.
«Mi peor enemigo tiene mejor concepto de mí que el que tengo yo de mí mismo, y así me ha ido muy bien en la vida y en la política».
Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno de España
Por aquel entonces, Alfonso Guerra fundó también la librería Antonio Machado, donde organizaba encuentros clandestinos en los que, en cierto modo, buscaba el mismo objetivo que el poeta de la Generación del 98: mejorar España. La experiencia adquirida en el teatro le otorgó una ventaja fundamental en el mundo de la política, sobre todo, a la hora de hablar en público. Le aportó, además, la imagen de seguridad que le caracterizó durante toda su carrera parlamentaria y que lo diferenció de otras mentes ilustres del momento que, como él mismo afirma, subían a la tribuna temblando.
Su etapa como político la recuerda llena de grandes satisfacciones, eso sí, empañadas por la falta de tiempo familiar, pues no perdona a la política las horas que le robó para estar con sus hijos. Tampoco olvida las llamadas telefónicas que recibía a altas horas de la noche para anunciarle un nuevo atentado. «El momento más duro era cuando me llamaban de madrugada para decirme a quiénes habían matado. Era tremendo, una impotencia… Eso me aplanaba. No se puede comparar con ninguna otra cosa, porque sentía que era mi responsabilidad».
Alfonso Guerra siempre ha sido su mayor crítico, lo que le ha servido para orientar sus acciones. «Mi peor enemigo tiene mejor concepto de mí que el que tengo yo de mí mismo, y así me ha ido muy bien en la vida y en la política». Para el exvicepresidente del Gobierno, un buen político debe aunar sinceridad, dedicación y conocimiento, pero se pueden resumir en dos cualidades clave: convicciones y oficio.
Pese a que el camino no ha sido fácil, Alfonso Guerra considera que ha valido la pena. De lo más orgulloso que se siente es de haber criado a sus «dos maravillosos hijos» y de haber elaborado la Constitución de 1978. De esta última reconoce su rigidez, pero afirma que no es intocable. Aun así, ante las críticas actuales, defiende que era un momento duro para el país porque «veníamos de una dictadura y nadie se fiaba del poder político».
Alfonso Guerra sostiene que el amor es el principal motor del mundo. «El fuste del amor te transforma absolutamente, te hace caminar por las nubes entre estrellas». Sin embargo, su amor va más allá de las personas, pues también alcanza el arte. Se declara un amante de la cultura: «si durante la Dictadura me hubieran encerrado 15 años, los habría podido soportar en compañía de libros y de música».
«Si durante la Dictadura me hubieran encerrado 15 años, los habría podido soportar en compañía de libros y de música».
Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno de España
El ahora presidente de honor de Alumni US, la comunidad de antiguos alumnos de la Universidad de Sevilla, desprende pasión por la vida, lo que le lleva a ver lo que le rodea con ojos de niño. Su inquietud constante lo convierte en una persona muy activa, que acepta todo lo que se le propone. Es una costumbre que adquirió cuando era joven, una época en la que su jornada se dividía entre la Universidad –en las que daba hasta 12 horas de clase–, su librería, reuniones ilegales, viajes semanales a Francia –que hacía clandestinamente– y, aun así, tenía tiempo para disfrutar del teatro y la poesía.
A pesar de su determinación por disfrutar de las oportunidades que le ofrece la vida, la pandemia le ha arrebatado algunos de sus hábitos, como ir al cine. Antes del estallido de la crisis sanitaria, el político acudía varias veces por semana a las salas de exhibición, aunque considera que ya no se hacen películas como las de los sesenta, a excepción de El Padrino de Coppola, que califica de «obra maestra».
Alfonso Guerra admite ser un amante de la ciudad que lo vio nacer, Sevilla, donde sigue disfrutando de sus paseos por el Parque María Luisa y el Alcázar o de lugares tan «románticos» como la Plaza de Santa Marta. Pero, por encima de todo, es un amante de la vida, ya que «si uno sabe disfrutarla, es maravillosa».