El diagnóstico de una enfermedad rara supone un antes y un después en la vida de quienes la padecen. También para sus familiares. Forzados a convertirse en auténticos expertos de un trastorno que la mayoría de médicos desconocen, se agarran a cualquier esperanza, hasta el punto de indagar a lo largo y ancho del globo en busca de investigaciones científicas que, al menos, aspiren a mejorar las condiciones de vida del afectado. Así es como personas de diferentes países se encomiendan a Carmen Ortiz Mellet, catedrática de Química de la Universidad de Sevilla, que dirige la investigación de un glicofármaco para la Gangliosidosis GM1.
La Gangliosidosis GM1 es una enfermedad de depósito lisosomal. Estos trastornos, de origen genético, se producen porque determinadas enzimas -que en este caso son las proteínas encargadas de la digestión celular- no funcionan correctamente. Debido a ello, las células acumulan los componentes que la enzima defectuosa no ha podido digerir. Más concretamente, en la Gangliosidosis GM1, la enzima Beta-galactosidasa no está bien plegada, lo cual provoca que se acumulen gangliósidos (componentes normales de las membranas celulares, particularmente presentes en las neuronas; el gangliósido GM1 es uno de los más importantes en el cerebro de los vertebrados). Como la acumulación afecta al sistema nervioso, puede llegar a ser fatal. La investigación encabezada por Carmen Ortiz Mellet se centra en el desarrollo de una chaperona farmacológica, es decir, un molde para que esta enzima se pliegue correctamente y pueda realizar su función. Aunque ya ha demostrado su eficacia en ratones, la investigadora se muestra prudente: «Hay una esperanza, pero estamos muy lejos».
«Al no ser una enfermedad con una prevalencia alta, las compañías farmacéuticas no la tienen en la cartera de prioridades», denuncia la científica Carmen Ortiz
Según Jordi Cruz, miembro de la junta directiva de la Federación Española de Enfermedades Raras (FEDER) y presidente de la Asociación Española de Mucopolisacaridosis (MPS), la forma infantil de esta enfermedad es la más frecuente. Comienza durante los tres primeros meses de vida, con disfunciones cerebrales progresivas y pérdida de visión. Asimismo, los pacientes sufren un aumento anormal del tamaño de los órganos, que se hace perceptible a través de rasgos faciales toscos y deformaciones del esqueleto. Jordi Cruz menciona también que, al tratarse de enfermedades hereditarias, la prevalencia es mayor en algunas etnias, como por ejemplo la población japonesa.
Desde que las enfermedades de depósito lisosomal empezaron a diagnosticarse, la investigación ha avanzado a un ritmo lento. En los años cincuenta, la única solución era extirpar el órgano. Con la llegada de los trasplantes, a partir de los ochenta, era posible que algunos órganos como el hígado o los riñones se recuperasen, si bien el sistema enzimático seguiría funcionando defectuosamente. En cualquier caso, ninguna de estas terapias era aplicable a la Gangliosidosis GM1 puesto que afecta al sistema nervioso central. No obstante, en 1991 aparece la terapia de reemplazamiento enzimático y con ella la posibilidad de producir la enzima defectuosa en el exterior del organismo para después suministrarla al paciente. Años más tarde, surgieron otras terapias que trataban ya de regular la actividad enzimática.
El siguiente paso lo da, en el año 2008, el grupo de investigación de Química Bioorgánica de Carbohidratos de la Universidad de Sevilla, encabezado por Carmen Ortiz Mellet. Su aportación consiste en añadir a la enzima disfuncional una molécula que sirva de molde, de manera que pueda plegarse correctamente para desempeñar su función. Según explica la doctora, el molde que desarrolla junto a su equipo es una molécula muy parecida a un carbohidrato, por lo que las enzimas la reconocen como un azúcar y la adoptan. A este tipo de medicamentos se les denomina glicofármacos (compuestos derivados de azúcares capaces de prevenir y curar ciertas patologías). El proceso resulta complejo, en tanto que los científicos deben asegurase de que la molécula sea selectiva para la enzima cuyo funcionamiento quieren corregir.
El glicofármaco en el que trabaja el equipo de investigación de la Hispalense se encuentra en fase de estudio preclínico gracias a la financiación de la farmacéutica Sanofi Genzyme. Como explica Carmen Ortiz Mellet, la investigación tampoco sería posible sin la colaboración de la universidad japonesa de Tottori: «Todo se está haciendo en colaboración con Japón, donde más personas padecen la enfermedad. De allí nos tienen que llegar una serie de muestras de plasma así como información sobre el cerebro de los ratones». Además del hospital universitario de Tottori, colaboran otros grupos de investigación en el extranjero, entre los que se encuentran científicos de Viena con quienes están intentando formar una red europea.
«Es muy importante que se sepa que existen estas enfermedades huérfanas para las que no hay tratamiento, pero también es importante que se sepa que hay investigación», reivindica la catedrática de la Hispalense
Pero para la directora del proyecto, el apoyo científico no es suficiente. «La investigación va bien, pero si me preguntas si yo voy a ver el tratamiento en el hospital… pues no lo creo», se lamenta. Señala a este respecto que «al no ser una enfermedad con una prevalencia alta, las compañías farmacéuticas no la tienen en la cartera de prioridades. En su lugar, prefieren curar la diabetes o bajar el colesterol porque así se consigue más dinero. Son empresas al fin y al cabo».
La Gangliosidosis GM1 no es la única enfermedad rara producida por acumulación lisosomal. El Tay Sachs o la enfermedad de Sandhoff, clasificadas ambas dentro del tipo GM2, son algunos de los trastornos provocados por la disfuncionalidad de determinadas enzimas. «Es muy importante que se sepa que existen estas enfermedades huérfanas para las que no hay tratamiento, pero también es importante que se sepa que hay investigación», concluye Carmen Ortiz Mellet. Precisamente, muchas de las esperanzas para quienes no se rinden en la lucha contra las enfermedades raras pasan por la Universidad de Sevilla, que desarrolla también una investigación sobre la Gangliosidosis GM2.