Marejada en el Báltico

Marejada en el Báltico

Pasar estos días tan anómalos en una residencia de estudiantes en Estonia, país en el que me encuentro cursando una beca Erasmus, me ha brindado una perspectiva peculiar de la pandemia y ha dado lugar a no pocas peripecias

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Panorámica del perímetro habilitado por las autoridades estonias para que los residentes no contagiados puedan salir a tomar el aire

Cuando llegué a Estonia en febrero esperaba encontrarme una ciudad cubierta entera de blanco, con unas calles enterradas en nieve, donde el frío no diera cuartel. Sin embargo, fue una pequeña decepción encontrarme con una lluvia fina e inconstante que molestaba lo suficientemente poco para que no hiciera falta sacar el paraguas. Tengo un recuerdo bastante nítido de ese primer viaje en autobús desde Tallin hasta Tartu, ciudad en la que me ha cogido este confinamiento. La travesía me deparó una carretera larga y recta rodeada de un interminable bosque de árboles mustios y secos. Un par de autóctonos, con los que hablé en los primeros días, me reconocieron que las condiciones que estaban viviendo este año no podían siquiera ser llamadas invierno y me confirmaron que lo habitual para el mes de febrero estaba bastante más próximo a mis ilusiones que a la realidad que dibujaba ese cielo encapotado. Supongo que este desangelado paisaje otoñal, en contraste con mi expectativa de vivir dentro de una película navideña, fue solo el primer aviso de que mi experiencia Erasmus no iba salir según lo previsto. 

En Estonia se declaró el estado de alarma justo al día siguiente de hacerlo en España, tras un intenso y provechoso primer mes aquí. El hecho de que, ya a principios de marzo, un Estado con un brote mucho más reducido que el de nuestro país decretara medidas hasta el día 1 de mayo, me hizo darme cuenta de la magnitud de la situación. Las consecuencias del estado de alarma aquí son algo distintas, con la principal ventaja de poder salir a la calle (siempre dos personas como máximo y respetando la distancia social). El poder pasear, salir a correr o encontrar algunos restaurantes y establecimientos abiertos es algo que ayuda a encontrar vestigios de normalidad en esta excepcional situación y llevarla con menos estrés. No obstante, en una ciudad con un porcentaje considerable de estudiantes locales e internacionales, la paralización de las clases se ha percibido especialmente en la plaza principal que conduce a la mayoría de las facultades de la Universidad de Tartu, dejando a la ciudad resentida de su bullicio y ajetreo juvenil habitual.

La digitalización de la enseñanza tiene un alto grado de implementación en Estonia; además, en una semana, los profesores nos notificaron los nuevos criterios de evaluación

Las cifras de contagiados por Covid-19 en Estonia no son especialmente bajas, si las comparamos con sus vecinos del Báltico –teniendo en cuenta su volumen poblacional–, pero la situación ha evolucionado en todo momento de forma controlada y las medidas implantadas por el gobierno parecen haber ayudado a mantener la estabilidad sin disparar el pico de contagios.  A día 29 de abril, se cuentan 1.660 casos positivos y un total de 50 fallecidos. A pesar de tener el foco más intenso de contagios de su entorno, su sistema sanitario no se ha resentido y, actualmente, mantiene en tratamiento a 91 personas hospitalizadas, habiendo dado de alta a 240 desde el inicio de la crisis.

La digitalización de la enseñanza tiene un alto grado de implementación en Estonia; la mayoría de los profesores se encontraron con una plataforma virtual bien preparada para una situación como esta, sin tener además que hacer grandes cambios en sus sistemas de evaluación. Tras mi breve experiencia en el sistema universitario estonio, he podido comprobar cómo apuestan por planes de estudios con pocas horas de clases presenciales y donde los exámenes no son regla general. En lugar de ellos, hay un ritmo de trabajo semanal con entregas individuales de tareas y proyectos en grupo a medio y largo plazo. En cuestión de una semana, tras la cancelación de las clases, ya teníamos los criterios de evaluación adaptados a las circunstancias y notificados por correo electrónico a todo el alumnado.

Dos «cuarentenas» en apenas un mes

Vivir acompañado en una residencia de estudiantes también viene bien para combatir la monotonía y la sensación de aislamiento. Muchos compañeros de la residencia en la que me alojo se marcharon de vuelta a sus países y comenzaron a sobrar habitaciones. En las vacías nos realojaron a los que seguíamos compartiendo cuarto para evitar los contactos en la medida de lo posible, por lo que tocó mudarse a otra habitación. La primera cuarentena forzada vino cuando en el camino de vuelta a su país natal, uno de mis excompañeros de piso se contagió y nos vimos obligados a estar dos semanas en autoaislamiento al haber estado en contacto con él. Pasaron los 14 días sin incidencias ni síntomas y, con la ayuda de compañeros que nos hacían las compras, retomamos con normalidad los paseos por la ciudad y el ritmo de vida que habíamos llevado hasta entonces.

Sin embargo, hace una semana, las cosas se complicaron de nuevo: dos positivos y, esta vez, dentro de las paredes de la residencia. La actuación fue muy rápida: test para los 250 residentes al día siguiente y cuarentena total. Una actuación que confirma el grado de eficacia de las autoridades sanitarias estonias, como refleja el ranking de la OCDE, en el que el país ocupa el puesto número cuatro en cuanto a número de pruebas realizadas por cada mil habitantes. Proporcionaron, además, mascarillas y desinfectantes para todos los residentes y anunciaron que habría servicio de catering  con tres comidas al día sin coste alguno. Cuando llegaron los resultados, encontraron un total de 16 casos positivos, por lo que reorganizaron los espacios de la residencia para evitar la propagación del virus.

Lo que no esperaba era dar con mi rostro pixelado, junto al de otros compañeros, en la prensa nacional

Estos 16 positivos y su grupo de contactos directos que habían dado negativo –en el que yo me encuentro– fueron realojados en la misma planta. De nuevo mudanza y, esta vez, con un panorama de bienvenida nada acogedor: un pasillo lleno de bolsas de basura y un nuevo piso con pertenencias de otro estudiante y bastante sucio. El shock fue bastante intenso en un primer momento, pues tuve que asumir que aumentaban considerablemente mis probabilidades de acabar contagiado. El paisaje no incitaba a la calma, pues había presencia policial en el hall de recepción y médicos y vigilantes deambulando por los pasillos ataviados con todo el material de protección.

Como era de esperar, semejante escaparate –en un país con menos habitantes que la provincia de Sevilla– se convirtió en el foco de atención de los medios de comunicación. Lo que no esperaba, de nuevo, era dar con mi rostro pixelado junto al de otros compañeros en la prensa nacional. Nos topamos con un artículo en el que habían publicado vídeos e imágenes (sacados de la cuenta de Instagram de una compañera) de reuniones que habían tenido lugar en la residencia hacía varias semanas. Y con los rumores de fiestas dentro de la residencia como núcleo cero del contagio…la historia ilustrada con nuestras imágenes se contaba sola. Por supuesto, pedimos rectificación aclarando que el material publicado era engañoso, pues las imágenes eran del momento en el que aún vivíamos seis personas juntas en cada piso y pretendían mostrarse como prueba que ilustrara nuestra supuesta irresponsabilidad. Hecha la rectificación pertinente por parte de la periodista en cuestión al borrar las fotos, los medios se terminaron olvidando del asunto a los dos días. 

El aspecto habitual de mi escritorio con la bandeja del almuerzo

Más allá de estos incidentes puntuales, mis días se desarrollan con bastante y rutinaria normalidad. Creo que es un sentimiento común entre la mayoría de los que vivimos esta situación: cierta ausencia de productividad vinculada con la consiguiente culpabilidad. Dificultad para concentrarse, tareas sencillas que se alargan más de lo previsto, intentos frustrados de establecer y cumplir un calendario con horarios propios… Aún así, toda esta situación la afronto con el optimismo que me da la buena salud, siendo consciente de la tragedia que está suponiendo esta crisis para tantas y tantas familias. Por eso, prefiero verlo todo como una concatenación de experiencias que, sin lugar a dudas, van a hacer de esta beca Erasmus algo «singular». A pesar de la incertidumbre de la marejada, aquí sigue reinando la lluvia fina en el ambiente. 

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