Supongamos que esto trata del Covid

Supongamos que esto trata del Covid

La expansión de la pandemia y las acciones que se orientan a reducir sus consecuencias han provocado un cambio vital y unos efectos que han chocado con un momento en el que estábamos más pendientes del futuro que del presente

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No se asusten, no es un artículo sobre el virus, sino de cómo ha afectado a mi vida en diferentes niveles. Si aún tengo su atención, procedo. Como todo el mundo, hace más de un mes que me encuentro ¿confinado?, ¿recluido?, ¿secuestrado?… Al respecto y en cierto sentido, puedo considerarme y me considero un privilegiado en este momento. Mi familia está bien y el confinamiento me ha cogido en casa (en la de verdad). Eso implica que por una parte no estoy solo y, por otra, que tengo a mi disposición un patio, un garaje, un granero y hasta otra vivienda completa. Son cosas que tiene el mundo rural, que las casas familiares se comunican entre sí. Todo ventajas, supongo, si me comparo con quien está pasando esta realidad en una situación mucho más complicada. 

El apartado estético nunca ha sido mi fuerte y ahora, tampoco. Visto un poco como John Luther, pero sustituyendo la camisa y la corbata por una camiseta y una sudadera. ¡Tan poco como cambia mi vestuario lo hace mi rutina! Sin embargo, nada que ver con mi humor, que fluctúa más que el precio del petróleo. Se han roto los horarios, a pesar de que yo me tenía por una persona organizada. En estas circunstancias, dejo un poco al azar el trabajo que tengo pendiente o, al menos, la forma de afrontarlo.

Desde el primer momento me negué a realizar cualquier tipo de cuadrante o calendario: sé qué tengo que hacer, lo que cambia es que lo hago cuando quiero, sin presión y sin medir el tiempo. Como consecuencia hay días que puedo trabajar muchas horas y otros días que si consigo concentrarme durante 45 minutos es un pequeño gran triunfo personal. Para mi consuelo, parece que le pasa a casi todo el mundo, aunque mal de muchos, consuelo de tontos.

Hay días que puedo trabajar muchas horas y otros días que, si consigo concentrarme durante 45 minutos, es un pequeño gran triunfo personal

Algo que he descubierto es que el tiempo es relativo y las formas de perderlo, numerosas. Será que verse con tanto tiempo y sin nada que hacer lleva a desarrollar cierta creatividad para hacer pasar las horas. Hay actividades más provechosas y otras que simplemente consisten en mirar por la ventana e imaginar que las gotas compiten en una frenética carrera para acabar llegando al final de la reja y de ahí, caer de nuevo al suelo.

Esta cuarentena ha tomado complejo de año nuevo: me he propuesto cosas que después no he cumplido. Voy a leer muchísimo, pensé, y vaya si lo he hecho, pero no por distracción o por placer, sino documentos sacados de Dialnet y Google Scholar (las páginas con más tráfico en las últimas semanas de mi vida) que se han convertido en mi caso y en el de otras muchas compañeras y compañeros en la única forma de acceder al material de las asignaturas cuando no menos la asignatura en sí, sustituyendo incluso a los docentes.

El «efecto pandemia» en la universidad

Una de las personas que ha estado más presente –debido a su relación con mi Trabajo Fin de Grado (TFG)– ha sido el ministro de Universidades, Manuel Castells; precisamente, esto me sirve de excusa para referirme a la situación que la pandemia ha generado en las universidades, sobre todo para los alumnos.

A nivel personal, la manera de afrontar el cuatrimestre, aunque pueda sorprender, es similar a la idea que me había propuesto antes de empezarlo, aunque el desarrollo propiamente dicho sí ha cambiado. «Esto se acaba», me dije a principios de febrero. Nueve cuatrimestres después, empezaba el último de un «doble» grado –permítanme las comillas– que ha puesto al límite mi paciencia.

Por delante, dos asignaturas que me aseguré de poder evaluar sin necesidad de pisar las aulas más que por fatiga (que también) por la cuestión de las prácticas. Quería estar tranquilo de que unas no interfirieran en las otras, y lo conseguí. Luego llegó el virus, y en la actualidad no tengo ni las unas ni las otras, aunque las segundas están en camino gracias a esa práctica conocida como teletrabajo que se ha convertido en norma general en muchas empresas.

Como consecuencia, la visión de mi futuro se ha vuelto borrosa, aunque me ponga las gafas: la anticipada crisis que se viene me lleva a pensar que mi incorporación al mercado laboral no se va a dar pronto, y si lo hace, estoy convencido de que seguramente no sea en el sector al que pertenezco, aunque no creo que esta sea una preocupación exclusivamente mía. 

La anticipada crisis que se viene me lleva a pensar que mi incorporación al mercado laboral no se va a dar pronto

También iba a hacer deporte a diario. Tenía el tiempo (de nuevo, qué relativo) y disponía de un espacio que me permitía realizar diversas actividades entre las que se encontraba correr por sorprendente que parezca. Bien, la intención llegó a dos días. A partir de ahí, ¿tú te has vuelto a poner los botines y la camiseta térmica? Porque yo no. Me parezco a un tripulante de El Holandés Errante (parte del barco, parte de la tripulación), pero aplicado a mi habitación. En mi casa se ha extendido la broma de que solo he pagado media pensión, así que únicamente tengo acceso a las zonas comunes (salón y cocina) a la hora de comer. Me encuentro casi recluido voluntariamente en mi cuarto. Allí se encuentra el ordenador. En los primeros días de la cuarentena, esos en los que había cierta euforia, dispuse de unos altavoces y me hice de un banco para simular un cine (todo muy por encima de la realidad claramente). Eso es lo único que he mantenido del mundo «preCOVID-19»: sigo consumiendo mis cuatro películas semanales.

Lo que sí dejé de hacer es entrar a Twitter, porque me indigno y me hastía tener que comprobar casi todo lo que se publica debido a la extensión de los bulos y los bots. No me apetece entrar en discusiones absurdas. Tampoco he salido a aplaudir (en Guadalcanal no hay policías de balcón) ni me he puesto a hacer pan: cada vez que se me ve en la cocina mi madre resopla y, además, en mi casa somos más de regañá

Lo que sí ha cambiado es el sentido de la vida y con ello, el de las palabras. Me gustaría saber qué significa para muchas televisiones la palabra «especial» cuando haces un programa cada dos días sobre el tema del momento. Criterios de noticiabilidad y escasez de acontecimientos, supongo.

Desconfío si esto nos va a llevar a ser mejores personas o si nos va servir para cambiar tantas cosas que estaban mal. Como afirmó el periodista Antoni Daimiel en una ocasión, esto es España, «un país tan divertido como lamentable», así que prefiero quedarme con la primera parte del enunciado y recuperarlo para cuando se pueda salir y discutirlo en un bar, una plaza o un parque.

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