Londres, 2012. Abel Vázquez se queda a las puertas de la medalla olímpica al cometer una falta en el combate decisivo. El desánimo cundió entonces en el judoca sevillano, que había entrenado duramente para conseguir su objetivo, llegando a plantearse aparcar su carrera profesional. Se tomó unos meses de descanso, y retomó la competición con renovadas fuerzas. «En las ocasiones que he pensado en dejarlo, cuando he vuelto a competir, me he enganchado de nuevo», reconoce Vázquez, que se inició en la práctica de esta arte marcial con apenas seis años.
Además de los Juegos Paralímpicos de Londres 2012, Abel Vázquez Cortijo (1989, Sevilla) ha participado en diversas competiciones nacionales e internacionales a lo largo de su carrera deportiva, entre las que destacan también las olimpiadas de Pekín 2008 y Río de Janeiro 2016. Ha logrado colgarse la medalla de bronce en el Europeo de 2011 y la de la plata en el Europeo de 2013. El laureado deportista es también licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y obtuvo la Maestría en Enseñanza en Educación Secundaria, lo que le permite ejercer actualmente como profesor de instituto.
Sus inicios en el judo se remontan al club Judolin de Castilleja de la Cuesta, donde Abel Vázquez encontró su escuela y en Joaquín Roldán su maestro, para quien su discapacidad visual nunca supuso un impedimento. «Tengo la suerte de que la única adaptación que tiene el deporte que me gusta es que no hay disputa por el agarre», se congratula el atleta, que entrenó y compitió con videntes hasta la mayoría de edad.
Ahora sueña con participar en los próximos Juegos Paralímpicos. Para un deportista que ya cuenta con tres Olimpiadas a sus espaldas, la posibilidad de competir en la cuna del judo, Japón, supone una motivación sobresaliente. Mientras, rememora con nostalgia su primera experiencia olímpica, Pekín 2008, que le marcó como ninguna otra. Recuerda con especial viveza cómo los pabellones de la capital china aparecían abarrotados de un público entregado a este deporte. Gente apasionada que les solicitaba autógrafo y les cedía su asiento en la grada como gesto de amabilidad. Además, cuenta con añoranza cómo otros compañeros que padecían otras discapacidades progresaban deportivamente a diario.
Vázquez busca que los adolescentes vean el deporte «como una oportunidad de ser feliz y de conseguir sentirse mejor con ellos mismos y con los demás»
Sin embargo, los trabajos cotidianos del deportista paralímpico se diferencian de las dos semanas en las que se desarrolla el gran evento cuatrianual. Vázquez expone con pena que apostar por la práctica deportiva como actividad profesional es sinónimo de precariedad. Por un lado, aunque detecta una tendencia progresiva hacia la profesionalización de estas actividades en España, sin embargo, considera que la carestía de medios impide que avance al ritmo de otros países.
La falta de apoyo institucional provoca, a ojos de Abel, que se queden por el camino muchos atletas en ciernes. Por ello, propone como solución la concesión de becas a jóvenes prometedores, lo que permitiría hacer sostenible su dedicación al entrenamiento. «Alguien con proyección ha de recibir una cuantía mínima asegurada», sentencia, recordando cómo le ayudó a él recibir una beca extraordinaria en su preparación para los Juegos de Londres.
Sin embargo, su dedicación a la práctica deportiva de alto rendimiento no le ha hecho descuidar su faceta académica. Durante su etapa universitaria, que recuerda con mucho cariño, compatibilizaba ambas labores asistiendo a clases por la mañana y entrenando en horario vespertino. De esta manera, y con una dedicación encomiable, ha conseguido su sueño de convertirse en profesor. Vázquez atribuye parte del éxito conseguido a las enseñanzas que ha extraído del judo, cuya forma de trabajo le ha llevado a alcanzar, según reconoce, los objetivos que se ha ido planteando en su vida personal.
Sin duda, el camino hacia sus logros personales no ha estado exento de dificultades. Aprender a gestionar la presión ha supuesto una de las principales piedras a las que ha tenido que enfrentarse. En su caso, contaba con un carácter más endógeno –«la presión te la metes a ti mismo»- que exógeno, dada la falta de financiación o patrocinio. Para ello, contó con el asesoramiento de Omar Estrada, profesor en la Facultad de Psicología de la Universidad de Sevilla, que le dio la receta para afrontar el exigente trabajo de los meses previos a los Juegos de Río. Durante ese periodo, tuvo que simultanear el estudio de las oposiciones con el entrenamiento para la cita olímpica.
Como profesor de Educación Física en un instituto, Vázquez busca conectar a los adolescentes con el deporte, que lo vean «como una oportunidad de ser feliz y de conseguir sentirse mejor con ellos mismos y con los demás». Asume con filosofía la dificultad de este reto, por lo que celebra con entusiasmo cada ocasión en la que percibe que sus esfuerzos traen sus frutos. Ha añadido una unidad didáctica relativa al judo a su programación docente, que por el momento está obteniendo buenos resultados. «No es lo mismo hacer un deporte que no te apasiona que otro que sí, y ellos lo notan y se lo pasan muy bien», asume.
Las experiencias de su carrera deportiva han contribuido a mitigar su timidez, y ahora Vázquez intenta que sus éxitos como judoca pasen a un segundo plano y sus alumnos sean la preocupación principal de su docencia. No obstante, reconoce que sus hazañas acaban siendo vox pópuli entre sus alumnos, a los que satisface llevando esporádicamente a clase algún kimono y dorsales de competición. Desde que ejerce como profesor, ha tenido que adaptar su implicación con el judo a las exigencias de la docencia. Ha bajado el listón de los entrenamientos, ya no puede permitirse someterse a una sesión doble diaria como antaño. Además, asume la imposibilidad de marcharse a concentraciones del equipo paralímpico que supongan dejar fuera de juego sus clases durante un par de semanas o faltar varias veces al mes. Sin embargo, la sombra de los próximos campeonatos europeo y mundial, que albergarán Italia y Estados Unidos respectivamente, planea sobre el sevillano, que ya tiene puesta la vista en ellos.
Del judo le fascinan especialmente los valores que promueve pues, «a pesar de ser un deporte individual, necesita de las otras personas»
A sus veintinueve años, Vázquez hace balance de la aportación vital que le ha dado el arte marcial que practica y la presenta en términos muy favorables. Está convencido de que, gracias a los constantes viajes que el judo le ha reportado, ha ganado en autonomía e independencia. Recuerda con cariño cómo en su primera concentración, con apenas nueve años, sus padres tuvieron que recogerlo antes de tiempo por lo mal que lo estaba pasando.
Del judo le fascinan especialmente los valores de cooperación que promueve. «El judo, a pesar de ser un deporte individual, necesita de las otras personas». Por eso, cuando los compañeros tienen una competición a la vista, los que no van también pasan muchas horas entrenando con los elegidos para que estos «saquen el máximo rendimiento». Esta circunstancia ha sido una constante en la vida de Vázquez a lo largo de sus numerosos viajes. En ellos, muchas personas le han hecho sentirse como en casa a pesar de encontrarse a miles de kilómetros de ella y le han ofrecido su ayuda desinteresadamente. Estos valores son los que han ligado de forma indisoluble a Abel Vázquez con el judo, actividad en la que ha alcanzado altas cotas erigiéndose como ejemplo de constancia y superación. A este gran profesional y excelente ser humano todavía le quedan muchas páginas doradas por escribir y de las que ser protagonista.