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Pablo Badillo, en la biblioteca de la Facultad de Filosofía de la US. | Fotografía de Belén Palomino.

Con 39 años, Pablo Badillo consiguió la cátedra en Filosofía del Derecho Moral y Política. Ahora, más de una treintena de años más tarde ejerce como decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla cuando ya atisbaba el fin de su periplo universitario. Ha vivido de primera mano la especialización de esta rama del conocimiento y ha sido testigo de la democratización de la universidad.

Consciente de que la filosofía jamás desaparecerá, admite estar preocupado por ver cómo las políticas educativas están mermando la presencia de esta en la enseñanza media, lo que bien podría conllevar a una falta de capacidad crítica del ciudadano. No obstante, reconoce evadirse de ello sumergiéndose en dos de sus pasiones: la lectura y la música. El pasado mes de abril ejerció como anfitrión en las XIV Jornadas Internacionales de Hispanismo Filosófico, que se celebraron en el Paraninfo de la Universidad de Sevilla y que contaron con el patrocinio del Consejo Social, entre otras entidades e instituciones. Bajo el título «Relatos de cosmopolitismo en el pensamiento filosófico hispánico», en el congreso se puso de manifiesto la relevancia de tener plenamente abiertos los sentidos a lo diferente.

¿Qué le llevo a tomar la decisión de estudiar filosofía?

En la época en la que comencé mi carrera como ayudante investigador haciendo mi tesis doctoral en Filosofía del Derecho, los viejos maestros que se dedicaban a la filosofía y al derecho tenían la doble licenciatura. Con el tiempo hemos vivido una época de mayor especialización, como sucede en todas las ramas del conocimiento. Es por esto que la doble titulación pasó a mejor vida. Conocí los últimos coletazos de una Universidad ya extinguida, no sé si para bien o para mal. Yo pensaba que la filosofía era un elemento fundamental para completar mi formación, concretamente para explicar la asignatura de filosofía del derecho. Cuando surgió la posibilidad de formar esa nueva área de filosofía del derecho moral y política, supuso una apertura de nuevos horizontes magníficos. Básicamente mi elección fue por eso.

Antes ha mencionado lo diferente que le resulta la nueva universidad con respecto a la que usted conoció. ¿Cuáles son las principales diferencias?

Me refiero a que, afortunadamente, la universidad se ha democratizado, prácticamente se abrió las puertas a todo aquel que quisiera estudiar. Antes la relación entre docente y alumno sí que era mucho más próxima. Ahora no es así debido a una pura cuestión numérica. En mi época la universidad era mucho más selectiva. El problema es que esa selección, en muchas ocasiones, estaba basada en clases sociales, y eso es innegable. No obstante, era una Universidad, en mi opinión, marcada por una etapa. Yo he tenido la suerte de vivir en la frontera de ambas. He llegado a tener clases de último año con unos 240 alumnos. Cuando yo comencé mi carrera no éramos más de 110 personas, y nos licenciamos alrededor de unos 50.

«No comparto los ideales nacionalistas. Es el nosotros frente a los otros», señala el decano de la Facultad de Filosofía de la US

¿Cuáles considera que son los mayores méritos académicos que ha conseguido?

Obtuve la cátedra con 39 años, que en aquella época era una edad relativamente normal. Para mí, los logros son fundamentalmente de autosatisfacción personal, porque al final quedan simplemente en el recuerdo de los amigos y las personas que te quieren. Nunca he aspirado a esa «entrada al Olimpo» que otros creen que van a obtener. Cuando te vas…, hay que ser consciente de que te vas, pero, sin duda, trabajar en lo que te gusta no tiene precio. 

¿Cómo es el trabajo de gestión dentro de la Universidad?

Es fundamentalmente un trabajo de organización. Sin embargo, creo que lo inteligente es saber delegar. Los miembros del equipo decanal tienen atribuidas algunas funciones, cada uno en un sector. Yo me encargo fundamentalmente de las relaciones institucionales. Creo que entre todo el equipo funcionamos bastante bien.

¿Es el mundo de la filosofía de finales del siglo XX muy diferente al de hoy día?

Sí que está cambiando. En la filosofía política y ética han surgido autores nuevos y podríamos decir «estrella». Surgen gracias a los medios de comunicación, un buen ejemplo es Zizek. Yo me dejo llevar poco por modas, creo que es algo demasiado caduco: hoy estás y mañana ya no existes. Seguir las modas es altamente peligroso.

Pablo Badillo es decano de la Facultad de Filosofía de la US desde hace dos años. | Fotografía de Belén Palomino.

¿En qué campo de la filosofía se están fomentando las investigaciones a día de hoy?

Principalmente en la ética, que se está desarrollando muchísimo. Lo mismo ocurre con la filosofía política, porque son disciplinas muy aplicadas. Prácticamente todas las actividades profesionales requieren de una ética. La explicación quizá esté ligada a la mejor aceptación social entre el público cuando actuamos siguiendo una ética aceptable. Lo que sí es cierto -y en esto soy un poco escéptico- es que la influencia del intelectual es ahora una influencia menguante. Desde el punto de vista de la política, han cobrado mucha importancia las redes sociales. Estas han ido comiéndole terreno a lo que antes era una perspectiva sosegada y un análisis real de la política. Ahora el mundo quiere el flash, la imagen. Es el problema del periodismo y su gran dependencia de los grupos económicos. En muchos casos no actúan como quieren, sino como pueden según las restricciones del medio.

¿Qué aplicaciones presenta la filosofía política para la vida real?

Todos somos conscientes de que hay una serie de cuestiones de las que todas las personas, de una manera más o menos inconsciente, nos preguntamos. El niño desde que nace razona: «no es justo», cuando le quitas la pelota. Tenemos una concepción de justicia desde que somos pequeños muy dentro de nosotros. A su vez, manejamos cotidianamente la libertad, el poder o la igualdad. Todos cuestionamos la veracidad de estos conceptos, y no van a desaparecer. El problema es que esta mengua de la filosofía durante la enseñanza media hace que tengamos ciudadanos menos críticos. Se les quitan las herramientas para realizar una crítica en base a lo que ellos mismos han pensado. Está muy relacionado con lo que comentaba antes de la era de la imagen. En el mundo editorial ya no se aceptan libros demasiado gruesos, porque no se venden. Esto ha ido favoreciendo que la lectura de la vida política se haga más en torno a la imagen. La falta de capacidad crítica en este contexto me preocupa bastante. Wert intentó eliminar la filosofía del bachillerato. Ahora hay nuevas promesas de añadir una nueva asignatura de ética, pero habrá que esperar a que se implante.

«Yo me dejo llevar poco por las modas. Seguirlas es altamente peligroso», afirma Badillo

¿Cuál es el objetivo de las Jornadas de Hispanismo Filosófico que se van a celebrar?

El trasfondo era ver cómo, desde el mundo fundamentalmente español y portugués, se ha estudiado el concepto de «cosmopolitismo». Era básicamente el hilo conductor del congreso. Esta visión del cosmopolitismo se ha realizado desde las más diversas perspectivas: históricas, abstractas, teóricas… Yo pienso que el cosmopolitismo es una gran meta que debemos alcanzar. No obstante, si entendemos el término en un sentido más profundo sigue siendo algo muy utópico. El ideal sería que todos fuéramos realmente cosmopolitas. Es más, el hecho de que podamos movernos con un pasaporte y una tarjeta de crédito alrededor del mundo no tiene por qué implicar cosmopolitismo. Una cosa es el viajero y otra el turista. El viajero es el que llegaba y no sabía cuándo iba a regresar. Lo que defiendo es que el cosmopolitismo se puede llevar a cabo desde tu propia ciudad. Sevilla ha sido siempre un crisol de cultura y somos mestizos culturales.

 El problema es encerrarse en uno mismo y no ver más allá. Podemos disfrutar de elementos culturales aquí mismo en restaurantes, tiendas de música etc. Todo esto abre horizontes, pero el cosmopolitismo va un paso más allá: es compartir valores, experiencias y tener los sentidos plenamente abiertos a lo diferente. Hay que diferenciar entre esto y los casos donde se hace una perspectiva de comunidad cerrada. Esto sería la gran negación del cosmopolitismo. Las comunidades tienen unos rasgos identitarios y diferenciadores. Cuando aparece el «nosotros», automáticamente hallamos un «los otros». Solo hay que mirar a nuestro alrededor: se habla de eliminación de fronteras, pero cada vez se levantan más, lo cual hace de este término una utopía. Necesitamos un cosmopolitismo cultural y profundo, no simplemente comercial.

En ese caso, ¿podríamos decir que el cosmopolitismo es beneficioso como muestra de la hegemonía de lo universal frente a lo nacional?

Sin lugar a dudas, sí. Solo hay que mirar la historia: las guerras mundiales han sido consecuencia de los nacionalismos.

Badillo es catedrático en Filosofía Moral y Política. | Fotografía de Belén Palomino.

El protagonista

Pablo Badillo nació en Alcalá de Guadaira en marzo de 1949. Tiene antepasados belgas e irlandeses. Cursó el bachillerato en los Jesuitas y estudió Derecho y Filosofía. Obtuvo la adjuntía -profesor titular- en 1978 y la cátedra en Filosofía Moral y Política en 1988-1989. Posteriormente optó por esta rama porque se dedicó casi en exclusiva a la historia de las ideas políticas. Desde el año 2000 se encuentra en la Facultad de Filosofía de la US y, hace dos años, fue elegido decano de esta.

Entre el amplio abanico de pensadores que han influido en su manera de ver el mundo destacan Agustín de Hipona, sobre el que realizó su tesina, y James Harrington, teórico utópico inglés asociado al republicanismo clásico, sobre el que elaboró su tesis doctoral. No obstante, su gran descubrimiento fue el de otro filósofo político inglés bastante desconocido en esa época, Isaiah Berlín, quien ha marcado su trayectoria intelectual durante los últimos años merced a su pluralismo y liberalismo profundo.

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