Beatriz Fernández recordaba el 6 de agosto de 2012 que era una mujer normal, feliz, con algunas oportunidades y bastante aventurera, pues le gustaba mucho viajar. Además rememora que conoció al hombre de su vida, con el que decidió formar una familia. Sin embargo, esa forma de recuerdo placentero se le esfumó cuando, ese fátidico día, 6 de agosto de 2012, diagnosticaron a su hija Isabel la enfermedad de Tay-Sachs. Los gangliosidos son los encargados del buen funcionamiento de los impulsos nerviosos y, por tanto, su acumulación da lugar a parálisis, debilidad muscular, disfagia y pérdida de visión, entre otros síntomas. Afecta principalmente a niños, aunque también puede desarrollarse tardíamente en personas adultas. Lo más frecuente es que el diagnóstico se realice entre los seis meses y el año de edad, aunque Isabel tardó más tiempo del habitual en presentar los síntomas y no fue diagnosticada hasta los tres años.
Tay-Sachs es una enfermedad de depósito lisosomal de tipo Gangliosidosis GM2, es decir, un trastorno que se produce como consecuencia de una acumulación de gangliosidos en el sistema nervioso central. Concretamente, Tay-Sachs viene provocada por la ausencia de la enzima Hexosaminidasa A, encargada de la degradación de los gangliosidos GM2. Al no llevar a cabo su función correctamente, esta enzima se acumula en el interior celular actuando como residuo tóxico y provocando la inflamación y muerte de las células que pertenecen al sistema nervioso central. La enfermedad crea un daño irreversible en el dicho sistema por lo que se considera una dolencia huérfana, es decir, para la que no existe cura. La diferencia con la Gangliosidosis GM1 es que ésta se produce por la incorrecta plegación de la enzima Beta-galactosidasa, provocando la acumulación de los gangliosidos tipo GM1, mientras que Tay-Sachs es consecuencia de la falta de Hexosaminidasa A, lo que conlleva la acumulación de los gangliosidos tipo GM2.
Al no llevar a cabo su función correctamente, esta sustancia se acumula en el interior celular actuando como residuo tóxico
Tras un año de pruebas, de incertidumbres y de ingresos por supuestas neumonías, Beatriz recibió la noticia. El pronóstico fue desolador, pues ningún niño diagnosticado de Tay-Sachs ha sobrevivido. Al tratarse de una enfermedad de origen hereditario ocasionada por un gen recesivo, la investigación es limitada. En aquel momento, las esperanzas de Beatriz y su marido se centraron en Estados Unidos donde se estaba llevando a cabo una prueba con animales para realizar un ensayo de terapia génica que podría suponer la cura de la enfermedad. El fracaso de los primeros experimentos supuso un retraso en las investigaciones que Beatriz interpretó como la sentencia de muerte de su hija: «Ese día perdí la esperanza. Inicié un proceso de cambio interno muy fuerte. Me enfrenté a mí misma a cara descubierta, miré de frente a todos mis fantasmas, y supe que pasase lo que pasase la vida de Isabel era el privilegio más grande que jamás tendría». Sin embargo, Beatriz no se rindió, en aquel momento decidió formar la fundación ACTAYS (Asociación Acción y Cura para Tay-Sachs).
«miré de frente a todos mis fantasmas, y supe que pasase lo que pasase la vida de Isabel era el privilegio más grande que jamás tendría», admite la fundadora de ACTAYS
Actualmente ACTAYS es la única asociación española que lucha por promover la investigación y concienciar sobre la enfermedad. Su labor es fundamental porque se encarga de conseguir financiación para la investigación, a través de eventos de carácter benéfico y buscando la participación de socios privados. Entre los eventos de ACTAYS más destacados puede citarse la organización de jornadas de carácter científico para poner en contacto a distintos investigadores. Además, esta asociación se dedica a coordinar el contacto entre los pacientes y los laboratorios. ACTAYS funciona gracias a un grupo de familias movidas por la solidaridad para con los niños que padecen esta enfermedad en la actualidad o que puedan padecerla en un futuro. Por ello se está organizando una red de investigación internacional que va desde Cambridge a Sevilla.
La única investigación a nivel nacional para Tay-Sachs la está llevando a cabo un grupo de científicos coordinados por el Doctor Mario David Cordero. El proyecto está financiado por ACTAYS y el grupo trabaja en el laboratorio de la Facultad de Odontología de la Universidad de Sevilla. La investigación consta de varios objetivos: por un lado, pretende evaluar el proceso de limpieza celular, conocido como autofagia, y determinar si es en él donde se encuentra el problema. Es decir, buscan determinar si el proceso de autofagia que en personas sanas se pone en marcha de manera automática cuando la célula detecta «basura», en pacientes de Tay-Sachs permanece inactivo. Y por otro lado, la investigación persigue incentivar el proceso autofágico de limpieza de la célula de los pacientes, para así evitar que se produzca el llamado complejo inflamasoma. Este conlleva una serie de consecuencias a nivel sistémico, que degeneran en una neuroinflamación. De manera que el fin último de la investigación es testar un fármaco que ya se encuentre en el mercado para activar el sistema autofágico y, con ello, inhibir el complejo inflamasoma y retrasar el desarrollo de la enfermedad.
el fin último de la investigación DESARROLLADA POR EL EQUIPO DE MARIO DAVID CORDERO es retrasar el desarrollo de la enfermedad
El proyecto consta de varias fases. La primera de ellas, y en la que se encuentra aún la investigación, consiste en encontrar la dosis y el fármaco adecuado y probarlo en gusanos. Mario David Cordero determina que «la investigación se encuentra en un estado inicial pero avanza; seguramente a finales de año esta fase quede concluida. Veré el fruto de este proceso». A continuación, el siguiente paso es la prueba en ratones. Y finalmente, la última fase consistiría en probar el medicamento en niños.
A diferencia del grupo de Cambridge, cuya investigación es de carácter génico, a largo plazo y con el objetivo de lograr la cura para la enfermedad, el grupo de investigación del Doctor Cordero quiere utilizar un fármaco ya existente para acortar el proceso. De esta manera, eludirían las largas fases de desarrollo clínico y también evitarían depender de las empresas farmacéuticas, que difícilmente invierten en enfermedades raras ya que no les resulta rentable. Así, se reduciría el tiempo de la investigación y se podría conseguir el objetivo en un plazo más corto.
Para Mario David Cordero todos los grupos de investigación deberían incluir una enfermedad rara a pesar de la ausencia de becas de carácter público. «Personalmente siento una deuda con los niños que padecen enfermedades. Desgraciadamente no puedo darles esperanzas porque en el laboratorio entras pero no sabes cuando sales. Pero ese es nuestro objetivo: ser una esperanza».