Oficialmente la cuarentena comenzó el lunes 16 de marzo, pero todos sabíamos lo que se venía desde el jueves anterior. Mi padre ya me había advertido: ten la maleta lista y dinero guardado. Quería que en cuanto el Gobierno decretase el estado de alarma cogiera un bus y volviera a casa. El viernes 13, Pedro Sánchez anunciaba las primeras medidas de confinamiento, mientras yo estaba montada en el bus de camino a mi ciudad. Ese primer fin de semana lo recordaré siempre. Aunque todavía no fuese oficial, España entera se quedó en casa. Salí con mi padre y las avenidas estaban en calma, apenas había personas en las calles. Pero en el ambiente había una sensación de opresión, no me sentía a salvo, había que volver cuanto antes.
El lunes comenzaba la cuarentena y con ella todos nos enfrentábamos al reto de quedarnos en casa de forma indefinida. El desafío, al que hoy seguimos plantando cara, adopta distintas aristas según la situación de cada familia. En mi caso somos cinco personas en un piso: mis padres, mi abuela, mi hermana y yo. Por suerte, siempre hemos estado muy unidos y nuestros planes favoritos pasaban por sentarnos en el sofá y ver una película con palomitas. Pero como en todas las familias siempre hay roces, y la nuestra no iba a ser menos.
Mi hermana tiene trece años, y si ya es difícil para los demás, para ella está siendo un infierno no poder salir de casa. Mi abuela está muy asustada con la situación y no se separa de la radio o de la televisión, expectante ante cualquier novedad. Mi padre se queda ahora haciendo las tareas domésticas: limpia las distintas partes de la casa, prepara la comida, hace la compra… Ahora se da cuenta de la complejidad de trabajar y enfrentarse al reto de las tareas del hogar. Por otro lado, mi madre que es manipuladora del sector agroalimentario es la que trabaja. El Covid-19 ha propiciado un inesperado y súbito intercambio de roles por primera vez desde que se casaron. Por mi parte, ya estaba acostumbrada a mi relativa independencia en Sevilla. Aunque parece la receta perfecta para el desastre, la mayoría de los días han sido pacíficos. La cuarentena ha traído muchos cambios, pero de momento mi familia ha sabido adaptarse.
Desde que comenzó la cuarentena escucho a la gente decir: “vivimos en un domingo constante”; yo vivo en un lunes perpetuo
El primer paso en el proceso de aclimatación a la cuarentena lo había superado: en mi hogar no ha habido grandes peleas. Pero ahora quedaba el segundo paso. Tocaba enfrentarme a mis estudios, paralizados por el momento. Las dos primeras semanas apenas había mucho que hacer, pues ni los profesores ni los alumnos sabíamos cómo encarar la nueva modalidad de curso. Tras casi dos meses de continua comunicación entre profesorado y alumnado, se ha conseguido, en la mayoría de las asignaturas, crear una nueva rutina. Esto es algo muy necesario para cualquier estudiante, sea de la edad que sea. En mi caso, esta rutina no distingue entre días de la semana, vacaciones u horas del día. Desde que comenzó la cuarentena escucho a la gente decir: “vivimos en un domingo constante”. Yo vivo en un lunes perpetuo.
Pero creo que no todo es culpa de llevar encerrada tanto tiempo. La cuarentena obligatoria me está evidenciando que cometía algunos errores. Por ejemplo, no sabía separar el tiempo libre del tiempo de estudio. Antes al menos tenía la separación natural entre lugar de trabajo y del de descanso. Ahora esos límites son totalmente mentales, por lo que, si me costaba hacerlo en mi vida normal, hoy por hoy me tienen que avisar de que se ha hecho de noche. Esta situación me ha provocado dolores de cabeza, insomnio y una cierta sensación de agobio. Esta sensación emocional, unida a la utilización masiva de las redes sociales (no solo por mí, sino por el resto de las personas), provoca que mis pensamientos se vuelvan negativos y contra mí. Algunos compañeros están aprovechando al máximo el confinamiento: cocinan, organizan armarios, hacen deporte, leen o incluso fabrican su propio jabón. Yo he conseguido sacar veinte minutos al día para hacer algo de ejercicio.
Lo que realmente importa
Aunque la hiperproductividad de algunos hace que me sienta inútil, he de decir que también estoy encontrando el lado positivo. Necesitaba parar y fijarme bien en lo que realmente importa. Había olvidado lo que era echar de menos. Y ahora no me ha quedado más remedio que volver a aprenderlo. Cuando salga valoraré más los momentos con la gente que quiero. Los planes no tendrán que ser tan espectaculares, huiré del perfeccionismo y del control constante que marcaba mi vida antes del confinamiento. Esto último es algo que estoy intentando mejorar durante este tiempo. No ha habido mejor ejemplo que la paralización del mundo para hacerme comprender que hay cosas que no se pueden controlar.
Por otro lado, lo esencial ya lo tenía. El concepto de familia nunca lo había sentido tan fuerte. Esa idea tan ancestral de unión ante las dificultades pensaba que solo existía en las películas. Me ha servido de experiencia para saber qué es lo que quiero mostrar a los demás. Al igual que he podido comprobar la fortaleza de mis relaciones con mis familiares, también he afianzado las relaciones con algunos de mis amigos, a pesar de la distancia. Estoy escuchando mucha música, cada día me engancho a un tema distinto y lo escribo en mi agenda. Es asombroso cómo funciona nuestro cerebro, pues las mismas canciones cobran un sentido u otro según el momento por el que pasas.
El distanciamiento social que estoy experimentando me está sirviendo para mejorar muchos de mis aspectos más personales. He tenido tiempo para reflexionar. He pasado por momentos depresivos y otros de pura alegría. Había perdido la ilusión por el futuro. Ahora estoy ansiosa, quiero que todo se termine para poner en práctica todo lo que he aprendido. No quiero volver a ser como antes. El confinamiento ha sabido sacar de mí lo más humano. Antes actuaba por inercia, prácticamente me dejaba llevar por la intensidad del mundo que me rodeaba. Cuando termine la cuarentena, espero recordar todo lo que viví durante estos meses y que me sirva de ejemplo para el resto de mi vida.