Las inquietudes políticas y sociales afloraron en Amparo Rubiales sin previo aviso, contra todo pronóstico, como si estuviesen mimetizadas en su ADN. Y esas veleidades juveniles desembocaron en una mujer con personalidad, sello propio y reconocible en un mundo poblado de hombres que era escasamente anhelado por las personas de su género, cuyo cometido principal se resumía en el binomio: esposa y madre.
Desde su época universitaria ha llevado por bandera el gen de guerrera, que se ha canalizado en la lucha política por la mejora de los derechos sociales de la sociedad en general y que hoy se emplea con fervor en el activismo feminista. Su locuacidad, su agilidad mental, sus recursos infinitos para reconducir la conversación hacia sus intereses echaron sus primeras raíces en las entrañas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla.
Amparo Rubiales decidió romper con el tópico establecido en la época de mediado de los setenta comenzando sus estudios universitarios de Derecho. Finalizó con éxito su licenciatura y obtuvo un logro al alcance de pocas personas, pues fue la segunda doctora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla «en quinientos años». Rompedora y valiente, desde siempre se cuestionó las certezas más asentadas. «¿Por qué razón teníamos que ser tan sólo esposas y madres? ¿Era argumento suficiente considerar que esos eran nuestros roles? ¿Por qué haber nacido con un sexo u otro debe marcar el desempeño de una función o sufrir una discriminación?», se pregunta.
«Los estudiantes de los setenta fuimos punta de lanza en la consecución de la libertad y la democracia», recuerda Amparo Rubiales
Autodidacta empedernida y curiosa por vocación siempre tuvo en los libros a sus más fieles aliados. Allí encontró muchas soluciones a los interrogantes y vicisitudes que le planteaba la vida. Por eso defiende las bondades de la lectura, «porque siempre te abre la mente, te forma muchísimo».
No mira al pasado con nostalgia y se siente orgullosa de haber contribuido, al menos, en cierta medida, a conformar el estado del bienestar que se ha implantado en España como consecuencia de la llegada del régimen democrático. «Los estudiantes fuimos punta de lanza en la consecución de la libertad y la democracia» y eso posibilitó que durante muchos años de su vida se dedicase profesionalmente a la política. Se afilió al Partido Comunista en el que militaría durante ocho años y desde ese banco de pruebas, Amparo Rubiales comenzó a trabajar por el fin de la dictadura franquista.
Dio el salto al poder, como muchos otros de su generación, en las filas del Partido Socialista. «Tuve el convencimiento de que la sociedad española había optado por el Partido Socialista para que fuera el partido que representara a la izquierda». Ahí se formó en la dialéctica de la confrontación y el debate. Y con dicho partido obtuvo la recompensa en forma de cargos y puestos de responsabilidad: diputada en el Congreso, senadora, vicepresidenta segunda del Congreso de los Diputados, consejera de Presidencia de la Junta de Andalucía… Por tanto, huye cuando se habla de la edad, porque confiesa que le costaría muchísimo recordar todos los momentos vividos en la militancia política.
«¿Por qué razón teníamos que ser tan sólo esposas y madres? ¿Era argumento suficiente considerar que esos eran nuestros roles?», se pregunta
Sus palabras resbalan de su boca con una mezcla de esperanza y energía, como aquélla que se vivía en los primeros mítines en los que La Internacional y el Himno de Andalucía eran enérgicamente entonados con el puño en alto por todos los congregados en cualquier plaza andaluza. Sin duda, una de las experiencias más gratificantes de su carrera política ha sido el contacto directo con los problemas de los demás, a los que intentaba buscar una solución. «Siempre, cuando volvía de un mitin, —defiende Rubiales— me quedaba con la satisfacción que me producía el encuentro con la gente». A pesar de ser un mundo principalmente de hombres, las pocas mujeres políticas alzaban su voz, cantaban, defendían sus propuestas y se abrían camino en la vida política como algo que legítimamente también a ellas les pertenecía.
Por su intrepidez, por ese ímpetu juvenil, por su inteligencia natural, pudo destacar y ser admirada por muchas mujeres que veían cumplidos en ella parte de sus anhelos inconfesables. A todas intentó animar Amparo para que, además «de dejar la tortilla hecha sus maridos, intentaran dedicar una parte de su tiempo al cultivo de sus respectivas vocaciones».
En su torrente oral no desperdició la ocasión para hacer alusión a los inconvenientes encontrados, por el hecho de ser mujer, en primer lugar, y por haberse dedicado a la política, en segundo. Y frunce el ceño cuando señala que, por desgracia, «la condición de mujer predomina sobre la de gestora o política». Y se pone en guardia cuando, sin que la sociedad se dé cuenta, acepta como natural expresiones que tratan a la mujer, no como persona, sino como algo diferente: «enfundada en un espléndido traje rojo», «como una boticaria rica de pueblo con perlas blancas».
Como no es una teórica del feminismo, todo cuanto dice le viene de sus vivencias personales, de su experiencia acumulada, de su dilatado compromiso con las causas nobles. Eso le ha conformado un espíritu crítico que se aplica a ella misma, pues señala sin pudor que no se encuentra del todo satisfecha de su obra Una mujer de mujeres, publicada en 2008. Quizá, en un futuro no muy lejano, sorprenda a la imprenta con unas nuevas reflexiones sobre sus saber hacer compartido. Con todo ello, afirma llevar a la Universidad «dentro del corazón». La presidencia del Consejo Social de la Universidad Pablo de Olavide se ha convertido en el nexo con «su mundo de origen». El mismo en el que Amparo Rubiales consiguió vislumbrar el amplio abanico de posibilidades que se le desplegaba y que, en efecto, supo aprovechar. Todo un referente que compagina su actividad presidencial con sus implicaciones en el mundo académico. No obstante, dejó bien claro quiénes son sus referentes: «los jóvenes sois los referentes en mi vida. Me recompensa veros hacer aquello por lo que he peleado y recoger el testigo para que la sociedad y la vida sean mejores para todos».