La vida universitaria ahora es menos vida

La vida universitaria ahora es menos vida

El tiempo pasa inexorablemente para todos y, más aún, cuando un microscópico virus –convertido en pandemia– nos roba silenciosamente los minutos, las horas y los días

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En mi primer año como estudiante de la Universidad de Sevilla descubrí, a base de prueba y error, las bondades y los dramas de la vida universitaria. Por un lado, la parte académica: horas de estudio en la biblioteca, prácticas de diferente índole y exámenes a los que nunca llego del todo tranquilo. En el otro extremo de la balanza se coloca la vida social, con un peso que en ocasiones desdibuja el protagonismo de su compañera de viaje. Pero, ¿qué ocurriría si eliminamos una de las partes de este tándem? 

Hasta hace algunas semanas estas partes eran para mí un dúo perfecto e indisoluble y nunca habría llegado a pensar que el flexo de mi escritorio se convertiría en mi nuevo mejor amigo y compañero de aventuras. En cambio, cuando echo la vista atrás, los días se me presentan algo borrosos. Aún recuerdo a la perfección el momento en el que el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, anunciaba lo que todos en la universidad ya dábamos por sentado. La noticia no generó apenas expectación, aunque sí que creó muchas incógnitas, algunas de las cuales siguen aún sin resolverse. Volví a casa y me tomé unos días de descanso mientras se nos daban indicaciones sobre cómo afrontar la nueva realidad. Pensaba volver a mi piso más pronto que tarde, así que la maleta que me traje a casa no iba especialmente llena.

Tras la suspensión de las clases presenciales, llegó el Estado de Alarma y, unido a él, el confinamiento y el final (por el momento) de mi vida social. Los correos con los profesores de la universidad eran constantes, algunos con respuesta casi inmediata, otros haciéndose de rogar. No obstante, poco a poco se fue restableciendo la vida académica. Como todos hemos hecho alguna vez en la vida, mi primer paso fue crear un calendario semanal con las horas que le dedicaría a la universidad, a cada una de las asignaturas, al deporte o simplemente a estar tirado en la cama. Dos días. Dos días tardé en desechar esa programación y no por falta de ganas o interés, sino porque eran tantas las novedades diarias que el calendario se quedaba obsoleto, aunque se actualizara varias veces al día. También influyeron las contradicciones en las que algunos profesores caían, no por culpa suya, sino por falta de información de las instancias superiores.

Aumenta la carga de trabajo académico

Los días han ido pasando y con ellos, el volumen de trabajo ha ido aumentando considerablemente. Las horas sentado en el escritorio son cada vez más, mientras que las ganas y los ánimos bajan a ritmos preocupantes. Constato que este sentimiento no es algo aislado, sino que se repite sistemáticamente no solo en mis compañeros y amigos, sino que es algo generalizado en toda la universidad. Prueba de ello es el hashtag #quemadUS. Me sorprendió tanto como me alegró, ya que los estudiantes hemos sido los grandes olvidados de esta pandemia, incluso por los propios órganos rectores de las universidades. Más de una vez en estos días se me ha pasado por la cabeza el abandonar la carrera, pero bueno, eso también es algo que me planteo recurrentemente en una situación normal, por lo que tampoco es demasiado preocupante. Algo bueno de todo este caos es que las primeras clases de la mañana las puedes dar perfectamente en pijama e incluso sin necesidad de salir de la cama, ahorrándote de paso el viaje en la siempre saturada línea C2 de Tussam (he de decir que incluso lo echo de menos).  También hay que alabar el hecho de que la plataforma online de la universidad aún no se haya caído en todo este tiempo. Esperemos que esto no cambie cuando volvamos a las clases presenciales. 

He redescubierto –y valorado aún más– zonas de mi casa que hasta hace unos meses ignoraba, como la azotea o el balcón

Pero no todo iba a ser estudiar. Por eso busco tiempo para otras actividades. La lectura es una de mis favoritas, aunque el excesivo número de horas que paso últimamente frente a las pantallas de mi móvil y del ordenador hacen que la vista se me canse más rápido de lo habitual. Cuando todo pase me revisaré de nuevo la vista. También he redescubierto –y valorado aún más– zonas de mi casa que hasta hace unos meses ignoraba, como la azotea o el balcón.

La vida universitaria en tiempos de pandemia es menos vida. El curso académico continua, pero atrás se han quedado muchos planes, muchas risas, cervezas que se alargan hasta el alba y, sobre todo, muchas historias que tendremos que retomar y lo haremos con más ganas que nunca el próximo curso, cuando la experiencia de la Universidad vuelva a estar completa.

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